No sé cuántas veces escuché eso de “tienes que vender online”, pero nunca nadie me explicó cómo hacerlo de verdad. Así que, como muchos, hice lo que parecía lógico: monté una web, subí una página de producto, añadí un botón de PayPal… y esperé.
Y esperé. Y esperé.
Spoiler: no pasó nada. Ni una venta. Ni siquiera un email de alguien con dudas.
Ahí fue cuando me di cuenta de algo que cambió por completo mi forma de ver el marketing: tener una web no es lo mismo que tener un sistema de ventas.
Lo que me faltaba no era diseño. Era estrategia.
Mi error fue pensar que la gente compra en frío. Que ve una página y saca la tarjeta. Pero no es así. Hoy en día, nadie compra sin confiar. Nadie se lanza sin entender primero el valor de lo que ofreces. Y para eso necesitas algo más que una landing bonita.
Necesitas un recorrido. Un proceso. Un embudo.
Aprender de la caída
Cuando descubrí cómo funciona un embudo, todo tuvo sentido. No se trata de ser invasivo o vender por vender. Se trata de guiar a la persona correcta paso a paso: primero atracción, luego interés, después confianza, y por último acción.
Hoy sé que cada venta empieza mucho antes del clic final. Y cada paso intermedio cuenta.
Si estás montando algo, no cometas mi error. No lo apuestes todo a una sola página. Crea un sistema, aunque sea básico. Te vas a sorprender de los resultados.